INTRODUCCIÓN
El empoderamiento es algo positivo y constructivo. Vivimos en un mundo en el que casi todo es gestionado por personas ajenas a nosotros, el estado y las instituciones nos tratan muy a menudo como casi incapaces…un ejemplo: si tenemos un problema acudimos al juzgado y una vez lo hacemos, todo se gestiona por profesionales en un proceso en el que tenemos poco o nada que decir, cualquier profesional sabe lo que nos conviene, o parece saberlo, mejor que nosotros mismos. El punto de pérdida de poder llega al límite cuando el estado en una defensa desmedida de las víctimas de los delitos, pasa a convertirse en la víctima principal del delito, despojando a las víctimas reales de cualquier oportunidad de decidir, expresar su opinión y/o necesidades. Es lo que Nils Christie aseveró cuando dijo que el estado se apropiaba del conflicto y del delito. Quizá no se quiso hacer de forma abusiva, sino que en un intento de defender a las personas más vulnerables, sin embargo, esto quedó desvirtuado al erigirse el estado en dueño absoluto del delito y de lo que ocurra durante el proceso penal, sin tener en consideración que el delito afectó a una persona de una manera traumática.
JUSTICIA RESTAURATIVA Y EMPODERAMIENTO
Por eso, la Justicia Restaurativa habla de empoderamiento, en favor de las víctimas, para que las personas afectadas por el delito tengan “voz” y puedan participar en la gestión del delito, su impacto y las consecuencias para el infractor. Se trata de incluirlas en el proceso como parte esencial que son,, esto sin duda, fomenta su responsabilización, y su capacidad para poder tener claro que su rol de víctima, debe ser temporal y no vitalicio. Este empoderamiento de las persona afectadas por el crimen se traducen en víctimas con más facilidad para despojarse de su rol y empezar el camino hacia su recuperación, pero también las víctimas son personas, y la Justicia Restaurativa, a través de este proceso de empoderamiento, las hace más responsables, seguras y maduras.
Pero para esta Justicia, el empoderamiento también pasa por el ofensor a través de su participación voluntaria y su asunción de responsabilidad por el daño cometido, así como por la oportunidad que va a tener para hacer las cosas bien.El empoderamiento fomenta una actitud activa y constructiva del infractor, éste en lugar de limitarse a negar o justificar el hecho delictivo, asumirá de forma responsable su obligación de reparar o compensar el daño que causó, porque el delito ha creado obligaciones y éstas se deben cumplir por el responsable.
Y como no podía ser de otra manera, el empoderamiento de la Justicia Restaurativa también afecta a la comunidad, las personas que rodean a la víctima y al infractor también se ven “tocadas” por el delito, sufren daños emocionales y tienen una serie de necesidades. Pierden su sentimiento de seguridad y de confianza en los demás, y en las instituciones. El malestar de la sociedad cuando un delito especialmente si es muy grave, se comete es palpable y entendible porque el mundo “teóricamente pacífico” que les rodea se desquebraja.
CONCLUSIONES
El recorrido por este texto nos muestra, con claridad y sensibilidad, que empoderar no es solo otorgar poder, sino devolver a las personas la posibilidad de ser protagonistas de su propia historia. En un sistema que a menudo las silencia, la Justicia Restaurativa abre un espacio donde las víctimas recuperan algo que les fue arrebatado junto con el daño: su voz, su capacidad de decidir y su derecho a ser escuchadas desde la verdad de su experiencia. Este empoderamiento no solo impulsa su proceso de sanación, sino que las ayuda a reconocerse nuevamente como personas completas, fuertes y dignas, más allá de cualquier etiqueta de “víctima”.
El enfoque restaurativo también mira al infractor desde una perspectiva profundamente humana. Le recuerda que, a pesar del daño causado, aún tiene la posibilidad de actuar con responsabilidad, reconocer su impacto y reparar lo que pueda ser reparado. Este camino no es fácil, pero le ofrece una oportunidad real de reconstruirse, de reencontrar su dignidad y de confrontar su acción no desde la negación o el miedo, sino desde la valentía de asumir y reparar. Empoderarlo no significa justificar, sino invitarlo a transformar su historia en una más consciente y respetuosa.
Y no podemos olvidar a la comunidad, tantas veces invisible en el proceso penal. Cuando ocurre un delito, también ella sufre, se rompe, duda. Pierde la confianza en que el mundo es un lugar seguro. La Justicia Restaurativa reconoce ese dolor colectivo y lo convierte en un motor de participación, escucha y cuidado. Una comunidad que se involucra en la reparación se descubre más unida, más fuerte y más capaz de sostener a quienes atraviesan momentos difíciles. Se transforma en un espacio de contención y esperanza.
En esencia, el empoderamiento en justicia restaurativa es un ejercicio de humanidad compartida. Es reconocer que todos —víctimas, infractores y comunidad— tenemos necesidades, heridas, responsabilidades y un profundo deseo de sanar. Es reemplazar el silencio por la palabra, la distancia por el encuentro y la indiferencia por la implicación. Es, en definitiva, apostar por una justicia que no solo mira el daño, sino también la capacidad de cada persona para aprender, transformar y reconstruir.
Apostar por esta forma de justicia es creer en la fuerza del acompañamiento, en la posibilidad del cambio y en el poder de la voz cuando se usa para sanar. Es confiar en que la sociedad puede ser más humana si nos atrevemos a mirarnos con honestidad, a escucharnos sin prejuicios y a responsabilizarnos unos de otros. Ese es el verdadero sentido del empoderamiento: devolver la dignidad, despertar la conciencia y tender puentes donde antes solo había heridas.

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