He comentado en varias ocasiones la relevancia que tiene el sentimiento de vergüenza en la Justicia Restaurativa tanto para la víctima como para el infractor. Efectivamente la víctima se siente humillada, el rol de víctima recae como una pesada losa sobre ella y la vergüenza las hace aislarse y sentirse incomprendidas. Parece claro que la vergüenza juega un papel importante en la psicología humana y las interacciones. Así que la vergüenza se da en todas las sociedades ("Es una pena que pasa"). Sin embargo, los investigadores sugieren que la vergüenza de las tendencias racionalistas de la sociedad occidental nos ha llevado a negar o ignorar la vergüenza. Como resultado tenemos que rara vez se habla de vergüenza y si se hace es casi de modo figurado. Así que la vergüenza pasa a la clandestinidad, sin dejar de operar, pero a menudo de manera negativa. La vergüenza puede ser positiva cuando nos motiva a hacer lo correcto - cuando modificamos nuestro comportamiento para dejar atrás la vergüenza. Pero la vergüenza es esencialmente una amenaza para nuestra autoestima y cuando el estigma vergüenza entra en juego nos debilita. De hecho la vergüenza juega un papel importante en la mayoría de los infractores, así como en la forma en los que ofenden experimentan la justicia. También creo que a menudo desempeña un papel significativo en el trauma de las víctimas y las formas negativas en que a menudo experimentan la justicia.
Donald Nathanson ha identificado una "brújula" de la vergüenza. Cuando nos enfrentamos a la vergüenza, podemos responder de cuatro maneras: mediante la modificación de nuestro comportamiento para evitarlo; apartarse de ella; sentirse enfadado con los demás, a menudo culpándolos; o girando nuestra ira contra nosotros mismos. El primer punto de la brújula - evitación - puede ser positivo si nos lleva a hacer lo correcto, pero hay muchas posibilidades negativas. Por ejemplo, podemos transferir la vergüenza, la búsqueda de chivos expiatorios y culpar a otros
Una respuesta negativa especialmente relevante aquí es la formación de lo que los criminólogos han llamado subculturas de delincuentes. Cuando nos enfrentamos a la vergüenza, es posible unirse a otros que han sido avergonzados, y luego revertir los valores: para nuestro hipotético grupo, lo que la sociedad llama valores malos son de hecho positivos para nosotros. Esta es la raíz del "código de la calle" tan común en la América urbana. El código es, como sociólogo Elías Anderson ha escrito, una manera de negociar el respeto en un mundo de valores al revés. En este contexto, por ejemplo, uno puede ganar el respeto por ir a prisión o actuar con violencia.
Nuestro énfasis dentro de los procesos restaurativos debe estar en ser conscientes de la dinámica de la vergüenza y en la búsqueda de maneras de manejar la vergüenza - en formas que la vergüenza se podría suprimir o incluso, a través de la reafirmación y la reparación se puede sustituir por un sentimiento de orgullo o logro.
De ahí, que una de las formas en que se puede valorar el trabajo del facilitador restaurativo es cómo maneja el sentimiento de vergüenza durante el proceso para transformarla por otros sentimientos más positivos. Y mientras que la vergüenza es un factor, hay otros sentimientos más significativos como el reconocimiento, la empatía y la disculpa.
El resultado final, como tantas veces ha dicho Howard Zehr, es el respeto. Durante un proceso restaurativo lo que marca la diferencia es el respeto de los afectados por el delito al proceso en sí mismo que los lleva a respetarse a ellos mismos, tanto al infractor, el cual puede pasar de la vergüenza al sentimiento de que ha hecho lo correcto y la víctima que deja los sentimientos de humillación por los de sentirse respetadas y escuchadas.
Hay otra manera negativa de reaccionar ante la vergüenza. Es repetir el acto que nos ha avergonzado. Al repetirlo, se va convirtiendo en habitual y tendemos a pensar que si algo es habitual, es normal y, por lo tanto, nada tiene de malo. Pero pensar así es ilusorio y en la conciencia profunda se va gestando la idea contraria, la idea de que esas repeticiones no son ni normales ni buenas, sino anormales y malas, con lo cual la vergüenza aumenta y los intentos ilusorios de eliminarla también. Así se genera un círculo vicioso que puede llevar a personas buenas y escrupulosas, que han cometido algo malo, a convertirse en personas muy malas. Creo que un ejemplo de ello es el dictador argentino entre 1976 y 1980, Jorge Rafael Videla, quien, siendo según se decía, era una buena persona, pero que ante los indicios de que sus subordinados torturaban y asesinaban sin motivo para luego hacer desaparecer a sus víctimas, avergonzado, continuó, sin embargo – o justamente por ello - con la política de crueldad que hoy la mayoría del país reprueba.
ResponderEliminarinteresante argumento, muchas gracias
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