EL PRIMER CONTACTO CON LAS PERSONAS
Uno de los aspectos más complejos en la práctica restaurativa es cómo conectar con las personas para que acepten participar en la primera reunión. Ese primer contacto —ya sea por carta o por teléfono— suele ser un momento delicado. A pesar de los años que lleva funcionando el servicio de Justicia Restaurativa, muchas víctimas aún desconocen su existencia, y la invitación a participar en un proceso restaurativo suele resultarles algo extraño o demasiado novedoso.
Surgen entonces varias preguntas:
¿Cuál es el momento más adecuado para comunicarse con la víctima o con el infractor? Si el delito es reciente, lo más probable es que la reacción inicial de la víctima sea una negativa rotunda. No obstante, el paso del tiempo suele suavizar las emociones más intensas —la ira, la humillación o el deseo de venganza—, abriendo espacio para la reflexión.
Y otra cuestión igualmente importante es: ¿qué decir en ese primer contacto? La experiencia demuestra que lo esencial es comunicar con sencillez y calidez, ofreciendo la información necesaria para que ambas partes acepten asistir a una primera reunión. El teléfono es un medio frío, y explicar el proceso en detalle puede resultar confuso o abrumador.
El objetivo no es “convencer” ni “vender” una idea. Somos facilitadores, no comerciales. Nuestro papel es abrir un espacio de encuentro, donde las personas puedan reflexionar sobre las consecuencias del hecho y su implicación en el futuro. A veces, lo más sabio es simplemente sembrar la idea y dejar que madure. La reflexión necesita tiempo, silencio y respeto.
TIEMPO PARA TRABAJAR CON LAS PERSONAS
Por todo ello, me opongo firmemente a la práctica común de poner límites temporales a los procesos restaurativos.
¿Qué ocurre si la víctima necesita tiempo para pensar qué desea hacer?
¿Y si, al principio, ambas partes se niegan, pero más adelante descubren que quieren algo diferente?
Cada persona es única, y por tanto, cada víctima y cada infractor también lo son. Trabajamos con emociones, no con expedientes. Esto exige flexibilidad, sensibilidad y capacidad de adaptación.
La Justicia Restaurativa no es la panacea, pero ha venido a llenar un vacío de humanidad que la justicia tradicional ha dejado. El proceso penal, con su rigidez, sus plazos y su lenguaje técnico, a menudo despersonaliza el delito, convirtiendo el sufrimiento humano en un número de causa.
Si realmente queremos ser restaurativos, debemos romper con los protocolos rápidos, como aquellos que limitan el tiempo para aceptar participar en el proceso. Para una víctima puede ser sencillo decidirse; para otra, puede requerir meses o incluso años. La dinámica del trauma no es igual para todos.
No puedo imaginar decirle a una víctima: “Lo siento, ya no puede participar, el plazo ha expirado.”
¿El plazo de qué?
Ella es quien ha sido afectada, no el Estado ni el juzgado. La justicia debe llegar cuando la persona está lista para recibirla, no cuando lo dictan los plazos procesales.
Incluso si el infractor ya ha sido condenado o se encuentra en prisión, el proceso restaurativo puede y debe seguir siendo posible. Lo esencial es llegar cuando lo necesitan los tocados por el delito, no cuando el sistema lo determina.
En ocasiones, lo más restaurativo puede ser no realizar una reunión conjunta. La responsabilización del infractor no debe depender de la disposición de su víctima directa. Existen alternativas valiosas, como los programas individuales o la participación de una víctima subrogada. Entre no hacer nada restaurativo y hacer algo, siempre hay un punto intermedio.
CONCLUSIÓN
Es fundamental dar a conocer qué es realmente la Justicia Restaurativa y cómo puede beneficiar no solo a la víctima y al infractor, sino también a la sociedad entera. Sin embargo, los medios de comunicación, a menudo, la presentan de forma errónea: como una herramienta para evitar juicios o agilizar procesos.
Nada más lejos de la verdad. La Justicia Restaurativa no busca rapidez ni eficiencia, sino profundidad y sanación. Es una manera más humana de hacer justicia, centrada en los verdaderos protagonistas: las personas afectadas por el delito.
Por eso, necesitamos una sociedad que comprenda y respalde esta forma de justicia, que es, en esencia, un acto de encuentro, de empatía y de reconstrucción del tejido humano dañado.
El primer contacto no siempre nace del entendimiento, a veces surge del silencio, del miedo o de la duda. Pero basta una palabra dicha con respeto, una voz que no juzga para abrir la puerta a la esperanza. Porque la justicia restaurativa no empieza en una sala ni en un documento sino en el instante en que una persona se siente escuchada

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