martes, 11 de noviembre de 2025

La voz de las víctimas: hacia una justicia que sana

 


LAS VÍCTIMAS EN EL PROCESO PENAL

Con frecuencia, especialmente quienes ejercemos el Derecho, creemos saber con certeza qué necesitan las víctimas o qué es lo mejor para ellas, sobre todo cuando han sufrido un delito grave. Sin embargo, esta seguridad a menudo proviene de una mirada externa, que no siempre alcanza a comprender la verdadera dimensión del dolor y las necesidades de quien ha sido vulnerado.

Cuando se habla de Justicia Restaurativa, no es raro encontrar resistencia en quienes nunca han vivido la experiencia de ser víctimas. Nos justificamos diciendo que la naturaleza humana es punitiva, pero lo cierto es que las víctimas suelen ser menos punitivas de lo que pensamos. Conozco casos de personas que han decidido participar en un proceso restaurativo, aunque su entorno no lo comprendiera. Y es que, aunque puedan parecer frágiles o confundidas, las víctimas son quienes mejor saben qué necesitan y qué esperan de la justicia para comenzar su camino hacia la sanación después del delito.

Por eso, castigar al infractor nunca es suficiente. La verdadera justicia exige acompañar a las víctimas en sus momentos de mayor vulnerabilidad, estar presentes, escucharlas y ofrecerles apoyo tanto emocional como práctico. Solo así pueden encontrar fortaleza en la solidaridad y recuperar la confianza en los demás.

Casi todas las víctimas coinciden en una expectativa esencial: ser tratadas con respeto. Desean que quienes intervienen en el sistema judicial las miren no como simples testigos o piezas de un proceso, sino como personas que merecen comprensión, atención y dignidad. También anhelan tener información clara y confiable sobre el delito, el infractor y las decisiones que los tribunales adopten. Sentirse informadas es, para ellas, una forma de recuperar el control perdido.

NECESIDADES DE LAS VÍCTIMAS

Una de las principales necesidades de las víctimas es ser escuchadas y participar activamente en el proceso. Más allá de la compensación material, buscan tener voz, ser reconocidas y poder expresar su dolor y sus expectativas. Curiosamente, cuando sus necesidades de respeto, información y participación son satisfechas, la exigencia de reparación económica pierde urgencia, porque la reparación emocional y simbólica resulta mucho más significativa y sanadora.

Las víctimas encuentran consuelo cuando el infractor reconoce el daño causado y asume su responsabilidad. Este acto, aunque sencillo, se convierte en un gesto de respeto que puede reparar profundamente lo que el delito rompió. La verdadera reparación no se mide en dinero, sino en humanidad.

Los procesos de Justicia Restaurativa permiten que las víctimas transiten:

del desorden al orden,

de la impotencia al empoderamiento,

y de la desconexión a la reconexión con su entorno y su comunidad.

Hablar de daño y de la obligación de repararlo implica reconocer que esta reparación tiene un componente emocional, psicológico y moral, más que material. Lo esencial es que el infractor tome conciencia de las consecuencias de sus actos y se comprometa a transformar ese daño en aprendizaje y responsabilidad.

En algunos casos, la víctima puede no necesitar un encuentro directo ni compensación alguna para sentirse reparada. En tales situaciones, el proceso restaurativo puede orientarse hacia la reparación a la comunidad, es decir, a devolver algo positivo por el mal causado. A veces, lo más restaurativo no es el encuentro entre víctima e infractor, sino el proceso de reflexión, cambio y compromiso que este genera, con beneficios para la sociedad y, de manera indirecta, también para la víctima.

CONCLUSIONES

La justicia restaurativa nos recuerda que tras cada herida hay una historia, y que en cada historia late la esperanza de volver a empezar.

Nos enseña que la justicia no se construye solo con leyes, sino con miradas que comprenden, con manos que acompañan, con silencios que respetan.

Porque sanar no es olvidar, sino transformar el dolor en fuerza, el agravio en conciencia, la fractura en encuentro.

Y quizás, en ese acto de humanidad compartida —cuando la víctima vuelve a confiar y el infractor decide reparar—, la justicia alcanza su forma más pura:  la de restituir la dignidad y reconciliar al ser humano consigo mismo y con los demás.



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