(imagen propiedad de Virginia Domingo)
La imagen sintetiza de forma clara el recorrido que muchas personas transitan cuando se enfrentan al desafío de asumir responsabilidad por un daño causado. Todo proceso restaurativo comienza con un acto fundamental: hablar sobre lo sucedido. Nombrar los hechos con honestidad abre la posibilidad de comprenderlos y, al mismo tiempo, de iniciar un camino de transformación personal.
Un segundo paso consiste en reconocer el dolor generado. Este gesto implica mirar más allá de la propia perspectiva para entender el impacto real de las acciones en otras personas. Unido a ello surge la necesidad de no justificar lo ocurrido, dejando de lado explicaciones que minimicen o nieguen la responsabilidad. Esta combinación de reconocimiento y honestidad es la base de cualquier proceso restaurativo auténtico.
La imagen también señala un elemento clave: encontrar un nuevo yo. Este proceso no se vive en soledad, sino en diálogo con uno mismo, con la familia y, cuando es posible, con la persona afectada. La justicia restaurativa recuerda que la reparación no es solo individual, sino relacional; se trata de reconstruir vínculos, restablecer confianza y recuperar la dignidad de todas las partes involucradas.
Finalmente, el recorrido culmina con la generación de compromisos que evidencian el deseo de cambiar. Estos compromisos no son meras promesas, sino acciones concretas que orientan a la persona hacia un futuro diferente. A través de ellos, el proceso restaurativo adquiere forma, credibilidad y sentido.
En conjunto, la imagen refleja un camino que va más allá del perdón y la disculpa: muestra una manera de comprender el daño, asumir responsabilidad y construir oportunidades de crecimiento. Un camino que, cuando se transita con sinceridad, puede transformar a las personas y fortalecer la comunidad.

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