lunes, 1 de diciembre de 2025

Romper Etiquetas para sanar: la fuerza humana de la justicia restaurativa

 


TENEMOS TENDENCIA  A PREJUZGAR

Siempre tenemos tendencia a juzgar a los demás. Prejuzgamos la forma de vestir, de comportarse, y a partir de ahí establecemos quiénes son “los buenos” y quiénes son “los malos o equivocados”. Lo mismo ocurre con los infractores: cuando alguien comete un delito, nos resulta más sencillo pensar que se trata de un monstruo y que, por tanto, su lugar es la cárcel, separados y aislados de “los demás”, es decir, de nosotros, que nos vemos como “los buenos”.

Sin embargo, la realidad es que los infractores son personas como nosotros, y en muchas ocasiones tenemos más en común con ellos de lo que pensamos. Como decía Nils Christie, incluso podemos ver reflejada parte de nuestra historia en la suya. Esto no significa eximir de responsabilidades, justificar los delitos ni minimizar hechos graves. Significa, simplemente, romper con el intento habitual de trazar una línea divisoria entre “los otros de allá”, los supuestos seres irrecuperables, y “nosotros aquí”, los buenos, libres de cualquier posible vinculación con el mundo del delito.

EL SISTEMA AISLA Y ESTIGMATIZA

El sistema penal nos enseña a aislar, separar y estigmatizar. Con esta lógica, se causa un daño similar al que ocasionaron los propios infractores, creyendo que así las víctimas se sentirán mejor y que “daño por daño” proporciona algún tipo de alivio. Sin embargo, aunque las víctimas necesitan afrontar y procesar los daños sufridos, una de las formas más valiosas para hacerlo es recibir apoyo para ello de quien causó ese daño.

El infractor debe tener la oportunidad —y responsabilidad— de participar activamente en la reparación, compensación o mitigación del daño que provocó. No se trata de suavizar su responsabilidad, sino de permitirle asumirla de manera constructiva.

NECESIDAD DE LA OPORTUNIDAD DE ENTENDER EL DAÑO

Gracias a este enfoque, los infractores pueden verse primero como los seres humanos que son, y no como los monstruos sin recuperación posible que a menudo retrata el sistema penal. Al mismo tiempo, las víctimas pueden encontrar cierta tranquilidad al descubrir que, lejos de ser demonios, quienes les hicieron daño son personas capaces de reconocerlo y de aprovechar la oportunidad que ofrece la Justicia Restaurativa para hacer lo correcto.

Frente a un sistema tradicional marcado por el estigma y la retribución, la Justicia Restaurativa actúa como un puente: une islas, reduce las barreras que deshumanizan y contribuye a construir una sociedad más pacífica, más segura y con mayor confianza entre sus miembros.

CONCLUSIONES

Este texto nos recuerda que, detrás de cada juicio rápido y de cada etiqueta que colocamos sobre los demás, suele haber más miedo que verdad. La tendencia a dividir el mundo entre “buenos” y “malos” nos da una falsa sensación de seguridad, pero también nos aleja de nuestra propia humanidad. Los infractores, lejos de ser monstruos ajenos a la sociedad, son personas que comparten nuestras mismas fragilidades, historias rotas y posibilidades de cambio. Reconocerlo no significa justificar el daño, sino abrir la puerta a una comprensión más profunda de lo que significa ser humano.

El sistema penal, con su lógica de aislamiento y castigo, refuerza la separación y provoca heridas que no solo sufren los infractores, sino también las víctimas, que a menudo quedan atrapadas en un proceso que no les permite sanar de verdad. Pensar que el dolor se alivia con más dolor es una ilusión que perpetúa el sufrimiento. Las víctimas necesitan algo más: necesitan ser escuchadas, acompañadas y tener la oportunidad de recibir respuestas y reparación por parte de quien les dañó.

Aquí es donde la Justicia Restaurativa emerge como un camino esperanzador. Este enfoque nos invita a mirar más allá de las etiquetas y a reconocer que incluso quienes erraron pueden asumir su responsabilidad y hacer algo significativo para reparar el daño. Cuando se ofrece esta oportunidad, las víctimas pueden sentir un alivio real al ver que el otro no es un demonio, sino una persona capaz de actuar con humanidad. Y los infractores, al ser tratados como seres humanos en proceso de cambio, pueden redescubrir su propia dignidad y emprender un camino distinto.

Dentro de este marco, la Justicia Restaurativa se convierte en un puente que une orillas que parecían imposibles de conectar: la del dolor y la del reconocimiento, la del daño y la de la reparación, la de la separación y la de la comunidad. Al derribar estigmas y permitir encuentros significativos, este enfoque contribuye a una sociedad más pacífica, más segura y, sobre todo, más consciente de la fuerza transformadora que reside en cada uno de sus miembros.

En última instancia, apostar por lo restaurativo es apostar por la esperanza: la esperanza de que nadie está definido para siempre por sus peores actos, y de que una comunidad que acompaña, comprende y repara es capaz de sanar sus heridas y construir un futuro más humano.